Hoy es la última vez que escribo desde estas cuatro paredes, decoradas a mi manera, que componen lo que me he permitido el lujo de renombrar como "mi pequeño refugio". Esta habitación, en la que tanto he reído y llorado; en la que me he aislado del pequeño mundo que me rodea para sentirme más cerca de mí misma, pasará a formar tan solo parte de mis recuerdos.
En este humilde rincón he vivido tantas sensaciones sin apenas valorarlas... He sufrido mucho, y he aprendido más aún. Me he reído de las pequeñas alegrías de la vida, que me han ayudado a sentirme particularmente feliz unos días más que otros. Es como si fuera una especie de diario personal. Ella escuchaba y callaba, dejaba que me desahogara a mi antojo para protegerme con esos muros que, aunque parecieran derrumbarse conmigo en algún momento, siempre estaban allí... firmes, fuertes, robustos, para demostrarme que cuando uno cae, siempre puede levantarse y hacerse más fuerte. Me ha visto caer tantas veces... pero siempre me ha ayudado a subir de nuevo. Hoy soy yo quien va a ver caer esas paredes, y no podré hacer nada para levantar de nuevo el muro que me daba fuerzas para seguir levantándome.
Mi refugio dejará de serlo. Esta ventana, colocada a mi izquierda, dejará de mostrarme el cielo azul por el que asomaba su reflejo, para dejar tan solo escombros. Todo desaparecerá y, sin embargo, seguirá todo igual.
Mis abuelos construyeron la casa con sus humildes sueldos, con sus más que costosos esfuerzos. Y lo dedicaron todo a su pequeño sueño: su "casita". Estaba todo como ellos mandaron hacer. Y el resultado fue más que satisfactorio para sus tiempos. Tres plantas, una gran terraza, un patio donde las flores bailaban en primavera... Todo estaba a su gusto. Un gran sótano donde cualquier persona hubiera podido montar el negocio soñado. Una primera planta con un patio, cuatro habitaciones, dos baños y demás. Y la planta superior, con tres habitaciones más, y una gran terraza, la más alta de la zona, acompañado de su baño.
Todo era genial. Les fue tan bien que incluso en el suave verano de aquellos tiempos los turistas se peleaban por ocupar cualquiera de las tres habitaciones de la planta superior que se alquilaban. Hicieron muchas amistades gracias al estupendo carácter de mi abuela. Era más que buena persona, en eso coincide todo el mundo, pero desde que falleció nada ha sido igual allí. Las amistades continúan: holandeses, alemanes, una familia taiwanesa, barceloneses... gente de todas partes a las que mis abuelos trataron como familia, y que hasta hoy aún venían a visitarnos tan solo para recuperar parte de aquellas conversaciones que se produjeron cuando yo aún no había nacido.
Pero todo cambia y, paradógicamente, todo sigue igual. Los tiempos van cambiando. Mi abuela, en paz descanse, estaría orgullosa de ver las palabras de afecto que todo el mundo le dedica. Yo tenía 6 años cuando falleció pero hoy, 16 años después, sigo queriéndola como cuando era una niña. Pero esta casa sin ella no es lo mismo. Mi abuelo se resignó a venderla por los buenos recuerdos que persiguen sus días. Allí estuvieron conviviendo sus padres, familias que se convirtieron en parte de la suya... Allí estuvo su mujer, su abuela... Y hoy todo aquello que está aquí con nosotros pasará a nivel del suelo, bajo estellos de lo que un día soñaron y hoy queda en el recuerdo de quienes formaron parte de ello.
Todos tendremos que acostumbrarnos porque, como dicen, todo cambia y, a la vez (me permito añadir), todo sigue igual. Porque los recuerdos, como suelo decirle a mi abuelo, nunca se quedan en un sitio, sino que se van con la persona.
Y hoy empieza una nueva vida, en un sitio distinto, en la que todo será diferente y, a la vez, seguirá siendo lo mismo.
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