Algo Más Que Ropa

De pequeña odiaba ir de compras. Recuerdo mi madre intentando convencerme de que me estuviera quieta y dejara que me probara la ropa que ella había elegido para mí en contra de mis gustos. Ahora, en cambio, odio no ir de compras. Y es mi madre la que me dice cuanto echa de menos esos días en que me resistía a entrar en una tienda. Y en uno de esos felices –aunque superficiales- días en que mi cuerpo se vestía de cientos de modelitos que terminé por no comprar, me vi envuelta en algo más que en ropa.

Desconozco si se trataba de uno de los múltiples momentos en que suelo darle vueltas a todo y cuanto se me presenta delante, pero me puse a pensar en lo curioso que puede llegar a parecer todo. Surcando entre mis pensamientos, me trasladé en un segundo a la realidad, encontrándome entre cuatro minúsculas paredes, una de ellas vislumbrando mi silueta, cada vez con un modelito distinto.

Pero me sentí sola. Bueno, conmigo misma. Hace un instante estaba cogiendo prendas de un lugar y de otro y, ahora, estaba aislada, entre esa caja vertical que, con sólo cerrar la puerta, me apartaba del resto del universo. Es curioso, pensé. Hubiera sido capaz de quedarme toda la tarde ahí dentro, sintiendo el murmullo de la gente declinándose por una prenda u otra. O con ninguna. Y ese suele ser otro enigma: ¿Por qué el día que decidimos ir de compras no encontramos nada que nos guste y, en cambio, cuando no tenemos la intención de comprar todo nos parece ideal y hecho para nosotr@s? En fin, ese es otro quebradero de cabeza más que por muchas vueltas que le dé no logro descifrar…

Pero volviendo al origen… Sí. Me hubiera quedado toda la tarde ahí dentro. En ese rincón desconocido que, raramente, me sorprendió al encontrar espacio entre mis pensamientos. Antes era tan sólo una silueta buscando algo con qué sentirse bien. Y, sin embargo, como mejor me sentí fue conmigo misma. En ese instante me di cuenta de que realmente es así, que lo que importa no son los disfraces con los que tapes tu cuerpo –aunque reconozco que me pierde ir de compras-, sino que es lo que está dentro de él. Por mucho que tapes tu cuerpo –pensé-, jamás va a cambiar lo que tienes dentro de él. Aquello que me hace ser más cabezota y orgullosa cada día, pero a la vez tímida y comprensiva. Mi forma de ser. Y aquel día me di cuenta. Tan sólo buscaba camuflar mi interior con decenas de prendas que no estaban hechas para mí pero que me entestaba en compartir con mi forma de ser. Esa era la única forma, reconocí, de intentar encontrar la perfección que le falta a mi interior. Cosa imposible, por cierto.

Descubrí, también, que aquella era la única forma de distraerme y evitar pensar en aquello que no quería. Salir de compras era como irse a otro mundo, olvidar todo lo que estaba pasando, hacer ver que era superficialmente feliz y olvidar que tenía algún que otro problema que debía de haber solucionado antes de decidir irme a tapar mi cuerpo con trozos de tela. Y todo eso lo pensé en unos quince minutos, tiempo que pasó desde que entré en el separador de mundos hasta que dieron tres golpecitos suaves pero firmes en la puerta para ver si daba señales de vida. Pensé en contestar Perdón… Es que estaba tan bien aquí dentro, que no quería salir hasta dentro de un par de horas. Si no te importa tráeme un café y en cuanto cierren yo salgo y me voy. Pero opté por decir, una vez más, aquello que no pienso y disfrazarme así de nuevo. Sí. Enseguida salgo. Y salí. Con un montón de ropa que dejé en los brazos de la dependienta. Una sonrisa forzada, un es que no me convencen, y venga… a probar suerte en otra tienda. Y es que jamás pensé lo que podían dar de sí los probadores de las tiendas de ropa… A partir de ahora, iré más a menudo.

No hay comentarios: