Llovía. Y sus lágrimas se mezclaron con las gotas de agua que resbalaban por sus mejillas. Pasó desapercibida entre la multitud. Y lloró tranquila.
Eran cerca de las diez de la noche. Había estado poco más de una hora deambulando hacia ningún lugar. Y cuando reparó en sus zapatos nuevos, parecían ahora aquellos del fondo del armario que llevaba meses sin usar.
Había tenido una vida difícil, y todos los esquemas que se había forjado tras cada caída, parecían desmoronarse en cuestión de segundos.
No quería detenerse. Eso la obligaría a pensar y recordarse lo sola que estaba. Se juró a si misma que no quería saber nada más acerca de aquella mirada, de la sonrisa cubierta de aquel fantasma al que tanto le costó olvidar. Nada estaba resultando como creía, como quería.
Sus días eran todos iguales. Se despertaba con la sensación de que durante los últimos años no había hecho nada de provecho. Pero no era cierto. Todo se debía a esos momentos de intimidad mal llevados por alguien que no la merecía.
Y al recordar eso, se echó a llorar de nuevo. La noche parecía arroparla bajo sus tranquilos suspiros. Y el cielo, con sus particulares lágrimas, le mostraba que estaba de su parte.
Pasó años bajo unos brazos que la compartían con muchos otros, con unos brazos que la apartaban lentamente de todo y cuanto tenís. Y ahora ya era demasiado tarde. Esos besos le inyectaron un veneno letal que casi termina consiguiendo su objetivo. Pero abrió los ojos a tiempo.
Miró al cielo y se prometió de nuevo que todo aquello se había terminado para siempre, que ese sufrimiento que le había arrancado su propia vida ardería entre las llamas de la ira que se apoderó de su cuerpo cuando po fin lo comprendió todo.
Se terminaron las caricias fingidas, los abrazos que la aprisionaban en su celda particular, los besos que le vendaban los ojos tras simulaciones de placer. Se acabaron las noches bajo las sábanas entregando lo que para el otro cuerpo no era más que puro entretenimiento. Creía ser su mundo, y no era más que un nombre más en una larga lista. Pero ahora su mirada había cambiado de rumbo. Sí. En ese preciso momento se dio cuenta de que por fin lo había hecho.
Cuando volvió a la realidad, estaba parada justo en medio de un charco, bajo el negro cielo. La tierra olía a libertad. Se secó la cara y, lo que antes era lluvia, ahora no era más que una brisa que le acariciaba delicadamente el rostro.
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