Talvez si contextualizo la situación quedaría todo más claro. O talvez no. Puede que quizás ayudara a entender alguno de mis posts. Al menos este. O puede que sólo creara una imagen de mí distorsionada por unas palabras que, al fin y al cabo, sé que me definen.
No hay nada de nuevo en mi vida, salvo los días que, a veces, me sorprenden. Todos, tan distintos y tan iguales, me reciben con un amargo despertar que sabe a poco, después de una –quizás- corta noche de sueños que me trasladaban a un mundo ficticio en el que más de una vez hubiese deseado quedarme. Es allí donde aflora la verdadera esencia de mi vida. Donde, después de cada despertar, me queda un día menos para terminar de comprenderme.
Soy difícil de entender, lo sé. Soy distinta, pero soy feliz. Si más no, eso intento, con todas las nuevas sensaciones que me regala la vida día tras día. No cambiaría por nada ese aire que golpea delicadamente mis mejillas mientras estoy sentada en la arena de la playa viendo el mar. No cambiaría por nada tampoco esas pequeñas alegrías que me hacen la vida más dulce sin apenas darme cuenta. Son precisamente esas pequeñas cosas la verdadera esencia del compás que marca mi vida. Las que me ayudan a comprender que, por muy fugaz, complicada, o inesperada que ésta sea, vale la pena estar en ella.
Me miro, intento comprenderme, pero sigo sin poder hacerlo. Noche en familia, regalos, champán –Freixenet, en el burdo intento de ciertas “celebridades” que hacen apología a un inútil boicot a los productos catalanes-. Unos comentarios más acertados que otros. Yo más amable de lo normal. Enseñando a hablar a un “Furby” que quizás deseaba volver al almacén del que ha salido, después de darse cuenta del error que han cometido al dejarlo “libre” en un mundo como este. Libertad, otra palabra absurda que fue ideada para referirse a un término inexistente. El centro de cientos de discusiones que parecen tener un único final: la escasez de veracidad. No es más que otro de los componentes ficticios de mis sueños, que suelen parecer más reales que la vida en muchas ocasiones. Y es que la vida, en realidad, no deja de ser un estado de sueño permanente con momentos de verdad.
Noto un cierto desorden dentro de mí. Muchas cosas por decir. Deberán ser esos falsos bocetos que intentan dibujar el sentido de mi vida. Vago intento. Estoy tan ocupada en sentirme despreocupada, que me falta el tiempo para encontrarle sentido a los pensamientos que vagan por mi mente. Quizás estoy llegando al fondo de la cuestión. Quizás Se trate tan solo de un sueño más. Es todo tan real y tan ficticio a la vez. Es todo tan impreciso, tan inconcreto, que me resulta inútilmente eficaz intentar adivinar en que situación me encuentro ahora. Realidad y ficción. Tan distintas y parecidas a la vez. Pero me componen. Lo noto.
Sé que algún día conseguiré encontrarle sentido a mi vida. A la realidad. También a mis sueños. ¿O quizás éstos eran mi realidad? No. En mi realidad no había ficción... ¿O sí? No importa. Soy libre. No, no lo soy. No existe palabra alguna para definir lo que en realidad soy. Somos. Pero aún así espero serlo. Vivir como quiera, al lado de quien quiera, sin que tiendan a mirarme. Al fin y al cabo, supongo que precisamente en esta última frase acabo de encontrarle la verdadera esencia a las palabras que siguen saliendo de mi mente, pasando directamente a mis manos, sin ser descifradas por la mayor “máquina” que hay dentro de mí: el corazón. Mejor así. Cuando éste se torna partícipe de mis pensamientos, todo cambia. Y deja de ser real. Es él quien me lleva a los sueños. Esos que quiere convertir en realidad. Sabía que algo había. Y ahora sé a quien se debe.
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