Eran las cinco de la tarde cuando llegué junto a un amigo. Nos quedaban siete interminables horas para pensar hasta en lo que no queríamos. Estuve recordando, entre otras muchas cosas, el tiempo que hacía que ella era mi ídolo. Ocho años exactamente. Fue en un viaje a Madrid cuando escuché su música por primera vez. Y hoy al escucharla a ella cantar siento lo mismo que aquella vez: emoción, alegría, felicidad.
Me perdí tanto entre mis pensamientos que el tiempo pareció haber pasado más rápido de lo normal. Y entonces escuché una voz que me devolvió toda la energía que creía haber perdido en aquella larga espera. Pero allí estaba ella. La voz unánime de las tres mil personas que finalmente se agruparon en la plaza de Cataluña de Cornellà coreaba efusivamente su nombre. Y por supuesto entre esas voces estaba la mía. Por fin la vi. Malú. Era ella. Y entonces comprobé que esa sensación que anteriormente me contaron mis amigos era verdad. Estaba eufórica. Ayudaba el hecho de estar en la primera fila y la buena compañía de un amigo que no dudó en ayudarme a hacer realidad una de las mayores ilusiones que desde hacía ocho años tenía.
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