Siempre solemos quejarnos de lo que no tenemos sin pararnos a pensar en lo que sí tenemos. Y yo la primera. Supongo que es una de las consecuencias que hay que asumir después de haber creado un mundo así con tantas diferencias que, por muy lejanas que nos queden, existen. Siempre tendemos a quejarnos por todo. Cuando hay quien no tiene la oportunidad de decidir.
Sí –al menos hablo por mí-. Tengo la suerte que nacer donde he nacido, de tener lo que tengo y de vivir como vivo. Pero si tan solo hace falta mirar alrededor para ver qué materialista se ha vuelto la gente… Todos. Unos más y otros menos. Pero todos. Todos los que podemos, claro. Pero sé que si hubiese nacido en uno de esos países que al cerrar los ojos creemos olvidados, ni tan solo estaría escribiendo esto. No por no tener ordenador, ni por no saber escribir, ni por no tener unos niveles mínimos, que también. Sino porque ni tan solo podría tenerme en pie.
Entonces tan solo desearía tener un plato de arroz al día. Un vaso de agua cada “x” tiempo. Un lugar donde poder sentarme. Una cama donde poder dormir. Unos amigos para poder compartir todo. Y aspiraría a mucho si, viviendo en esos países que sí que existen, deseara tener unos padres que pudieran cuidarme más allá de los 5 o 6 años. Encontrar a alguien que me quisiera. Estudiar una carrera. O tan solo tener un motivo, por pequeño que fuera, para dar las gracias por haber nacido. Pero no. No estoy allí. Y me entretengo pensando en ser más feliz. En aspirar a más continuamente. Me deprimo en un día como hoy tan solo porque algo no salió como esperaba. O porque simplemente se torció.
En fin, suelo quejarme por cualquier estupidez de la que dos días después sé que no recordaré. Me quejo. Y me vuelvo a quejar. Me pongo de mal humor al ver mi habitación siempre desordenada. Al ver que la última lata de RedBull –patrocinio? Ambush Marketing? En fin…..- se perdió abierta en la nevera. Me enfurezco al ver que el móvil se quedó sin batería justo antes de mandar ese sms que tanto me costó escribir. Lloro al ver una película al cine –Brokeback Mountain no tienen ningún desperdicio-. Pero hay otras películas que todavía hacen llorar más. Las películas de la vida. Que parecen sacadas de la ficción de lo duras que son en ocasiones. Y una vez aquí, volvemos al punto de partida. Enserio vale la pena quejarse? O, mejor dicho, enserio tenemos derecho a hacerlo? Talvez haría falta menos cabeza y más corazón. Empezando por mí, claro.
Sí –al menos hablo por mí-. Tengo la suerte que nacer donde he nacido, de tener lo que tengo y de vivir como vivo. Pero si tan solo hace falta mirar alrededor para ver qué materialista se ha vuelto la gente… Todos. Unos más y otros menos. Pero todos. Todos los que podemos, claro. Pero sé que si hubiese nacido en uno de esos países que al cerrar los ojos creemos olvidados, ni tan solo estaría escribiendo esto. No por no tener ordenador, ni por no saber escribir, ni por no tener unos niveles mínimos, que también. Sino porque ni tan solo podría tenerme en pie.
Entonces tan solo desearía tener un plato de arroz al día. Un vaso de agua cada “x” tiempo. Un lugar donde poder sentarme. Una cama donde poder dormir. Unos amigos para poder compartir todo. Y aspiraría a mucho si, viviendo en esos países que sí que existen, deseara tener unos padres que pudieran cuidarme más allá de los 5 o 6 años. Encontrar a alguien que me quisiera. Estudiar una carrera. O tan solo tener un motivo, por pequeño que fuera, para dar las gracias por haber nacido. Pero no. No estoy allí. Y me entretengo pensando en ser más feliz. En aspirar a más continuamente. Me deprimo en un día como hoy tan solo porque algo no salió como esperaba. O porque simplemente se torció.
En fin, suelo quejarme por cualquier estupidez de la que dos días después sé que no recordaré. Me quejo. Y me vuelvo a quejar. Me pongo de mal humor al ver mi habitación siempre desordenada. Al ver que la última lata de RedBull –patrocinio? Ambush Marketing? En fin…..- se perdió abierta en la nevera. Me enfurezco al ver que el móvil se quedó sin batería justo antes de mandar ese sms que tanto me costó escribir. Lloro al ver una película al cine –Brokeback Mountain no tienen ningún desperdicio-. Pero hay otras películas que todavía hacen llorar más. Las películas de la vida. Que parecen sacadas de la ficción de lo duras que son en ocasiones. Y una vez aquí, volvemos al punto de partida. Enserio vale la pena quejarse? O, mejor dicho, enserio tenemos derecho a hacerlo? Talvez haría falta menos cabeza y más corazón. Empezando por mí, claro.
1 comentario:
Hola wapa!! Sóc la Mireia.Ya sé que fa temps que tindria que haver-te escrit però llegint el què escrius tu kualquiera se atreve jejeje Ja saps que sempre t'he dit que escrius mlt bé i nosé, tot el que escrius fa pensar alguna cosa que moltes vegades "pasamos por alto".Ets una crack jejje ;) Molts petonssssss Muack!
(Un piti i marxem)
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