Encadenada a La Vida

¿Quién, alguna vez, no se ha sentido libre por momentos? ¿Quién no ha saboreado esa autonomía que parecía degustar con cierto aire de exclusividad? Nada más que la metáfora de lo irreal. La sombra que se esconde tras la libertad no es más que una cadena, aquella que te encadena a la vida. Que te ata fuertemente para que te siga imposible huir, ir por libre.

La vida está hecha para los valientes, pero esa valentía no la puedes sacar a flote si quieres seguir siendo aceptado por los demás encadenados. La vida no es significado, la vida es deseo, deseo de ser libre y quitarte la soga que te oprime. En la vida todo vale, pero ese acuerdo imaginario del que te quieren hacer partícipe no es más que una advertencia que te invita a no tomar esas palabras al pie de la letra. No vale todo, ni mucho menos. Es más, sólo se te permite a aspirar al espacio máximo que haya entre tu cadena y tú. Esa cadena que te amarra a la vida es más extensa en unos que en otros, pero al fin y al cabo la advertencia que lleva escrita es la misma: sigue el camino que ya tienes trazado. Por el que ya han pasado cientos de personas antes. Por el que tan sólo serás uno más. Sí… Sigue por ahí. Verás las marcas en el suelo de aquellos que perecieron antes que tú. Y ni se te ocurra desviarte del camino. Sé como todos. Como se te ocurra ser diferente…… ¡verás! ¿Y en que punto aparece aquí la libertad? En ninguno. Porque es gradual. Por no decir que se trata de un suspiro de una sensación que todos deseamos pero que jamás llegaremos a tener.

La libertad es uno de esos derechos básicos del ser humano que ocupa líneas y líneas en la Norma Madre, la Constitución, pero también es uno de los muchos que son ficticios. Está porque tiene que estar. Porque es políticamente correcto. No porque exista. Y es que la libertad, como muchos de los derechos (in)existentes, no es más que algo relativo. Algo que cada cuál lo amolda a sus pensamientos y, en definitiva, a su vida. Uno es tan libre como el espacio que existe entre el mismo ser y la prohibición. Y este espacio no suele ser demasiado grande precisamente.

No puedo vivir como quiero, no puedo gritar al mundo lo que me apetece, no puedo hacerme escuchar por alguien que es tan libre que no se permite réplica. No puedo trazar un camino virgen. Existe tal segmentación entre “los que son más y los que son menos”, que lo único que se consigue es aumentar esa falta de libertad. Y no puedo. No puedo seguir mi ritmo. Tengo que seguir el que me marca la sociedad, ésa a la que quieren hacer sentir libre los mismos que camuflan en ideas democráticas esa libertad artificial. No puedo ser feliz. Y no puedo serlo porque no soy libre. Y como no soy libre, tengo que conformarme con esos cimientos ya trazados referentes a la felicidad. Cada cuál que la construya y la perciba como quiera. Yo no tengo otro remedio que compartirla con mi soga, esa que me prohíbe incluso respirar. De todas maneras, la soga no es más que otra metáfora que no se tarda en descubrir por si sola. Tendré que empezar a hacerme a la idea de que la opresión que siento no es otra que la de la cuerda que dirige mi camino; esa que me encadena a la vida y me priva de la libertad.


P.D.: Suerte que al menos todavía me queda este rinconcito. En China, ni eso. Hasta los blogs se consideran ya en el Gigante Asiático como un atentado contra la libertad.

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