Tan solo somos fichas dentro de un gigantesco tablero, que al soplar el viento con fuerza, caemos al vacío. Tan solo somos viajeros dentro de un tren esperando llegar lo más lejos posible de la estación que un día nos vio nacer, para estacionar en la que nos verá partir. No somos más que un objetivo que desea alcanzar su meta. Somos competidores que al nacer nos situamos en la “salida” para ver hasta donde somos capaces de llegar. De una manera u otra, por eso, todos llegamos al final.
Tras las varias estaciones por las que pasamos actuamos ante distintos estímulos hasta entonces desconocidos. Aprendemos a reír, y a llorar. A luchar. A amar. A persistir. A ser fuertes. Pero también a desistir. A ignorar. A sentirnos débiles. Y lo mezclamos: Reímos de alegría, y sonreímos tan solo por fuera mientras nuestra alma llora. Lloramos de tristeza, y lloramos de felicidad tan solo por haber sabido apreciar las pequeñas cosas. Y es que la gran felicidad tan solo se consigue con la suma de pequeñas cosas. Amamos con el corazón mientras nuestra razón nos dice que nos estamos equivocando. Y amamos tan sólo de pensamientos cuando el corazón no quiere hacer un hueco a lo que piensa la razón. Nos sentimos débiles tras grandes esfuerzos. Y aprendemos a persistir cuando todavía hacen falta más energías. Y es que, en ese corto viaje contradictorio llamado vida, aprendemos sobretodo a caernos, y a levantarnos. A descubrir a diario nuevas sensaciones.
Los buenos momentos vividos desde la meta hasta hoy parecen olvidados cuando ciertas nubes negras llamadas en
En nuestro particular trayecto conocemos, también, a otras muchas personas. Algunas estaban ya en el tren cuando subimos. Otras se fueron añadiendo. Algunas nos dedicaban sonrisas. Otras se apartaban tras nuestro paso. Unas nos cedían su asiento, otras nos tendían su mano. Algunas nos miraban. Otras nos hablaban. Unas se sentaban a nuestro lado y abandonaban el trayecto a mitad del camino. Otras se marcharán después que nosotros.
Durante el viaje, también, hay quien duerme mucho, y quien duerme poco. Quien sueña dormido, y quien sueña despierto. Punto fundamental éste último. Si no fuera por los sueños, por los propios deseos que ansiamos conseguir antes de llegar al final del trayecto, muchos abandonarían a medio camino. Pero los sueños no lo permiten. Paradójicamente, nos ayudan a sentirnos vivos, independientemente de si estamos despiertos o dormidos.
En cierto modo, la vida no deja de ser un viaje en tren que nos lleva a un destino desconocido. Cogemos el tren para ir a un lugar al que no queremos, pero al que debemos. Pero, por suerte, ese tren está lleno de gente maravillosa que estará a nuestro lado para que no pasemos tan largo trayecto solos. Habrá gente que nos dedicará una sonrisa cuando lo necesitemos. Que nos abrirá los ojos cuando debamos. Que nos amará. Habrá gente que querrá ayudarnos y tenernos cerca, y habrá otra gente que deseará tenernos en otro vagón. Habrá quien no se aparte de nuestro lado cuando el tren se tambalee, y habrá quien abandone su asiento cuando no estemos en nuestro mejor momento.
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