Mis Vecinos... Y Los De Todos

Se llama Mamassa, tiene 5 añitos, y su mirada lo dice todo. Vino hace tres años de África, y vive con sus padres y su hermana entre cuatro paredes por 500€ al mes. Ni espacio para tender la ropa, ni ventana para tomar el aire. Y ese es el elevado precio que hay que pagar no por ser diferente, sino porque hay quien se empeña en verlos diferentes

Ella es mi vecina desde hace poco más de un año, y junto a su hermana Fátima y otros quince niños africanos del barrio, juega cada día en mi calle. Hay quien se queja porque son muchos. Quien a base de chillidos los echa,: Y hay también quien aparta la mirada por simular aceptación para parecer políticamente correcto y ocultar el gran abismo que hay entre sus hechos y sus pensamientos. Y es que en este mundo hay de todo. Pero yo siento que ellos ya son parte de mí. Aunque sé que, en realidad, soy más parte yo de ellos.

Cuando llego a casa, ahí los tengo, en las escaleras jugando, y esperándome. Me llaman tata, como si fuera su hermana. Y si no fuera por el color, nadie se extrañaría de tal afirmación. Mamassa, Fátima y Fatu me abrazan, me sonríen, y sé que se alegran de que haya vuelto a casa. Más que los vecinos con los que he compartido calle desde que nací. Hablo con todos. Pero ellas me transmiten algo que la gente de siempre no sabe hacer. Me tratan como de su familia. Si voy a comprar a la esquina de la calle, me acompañan. Si tienen algún problema entre ellos, me llaman a mí para que se lo solucione. Si les falta uno para jugar al balón, aunque esté en mi habitación, les oigo gritar mi nombre. Sí. No sé porque pero siempre recurren a mí. Tienen a sus padres al lado de casa. Tienen amigos. Y son suficientes para jugar entre ellos. Pero siempre me dedican una sonrisa y me piden que les cuente anécdotas, que les explique cuentos, que esté con ellos, y que ponga paz cuando hay peleas.

Ellos, quizás sin darse cuenta, me han abierto su corazón, me han hecho partícipe de su vida, y han dejado de un lado las diferencias aparentes para que nos veamos del mismo color: el de la igualdad.

Puede parecer una historia sin importancia ni fundamento, lo sé. Pero no es así. En la imagen salen Mamassa, Fátima y Fatu. Y otro niño. Mi hermano. Su mejor amigo es chino, sus amigos del barrio, africanos, y jamás me ha comentado nada al respecto. Os aseguro que, con lo directo que es, lo haría si lo hubiera creído necesario. Pero no fue así. Por que? Porque todo va a parar al mismo sitio, como el significado que se deduce que estas líneas.

Sólo ve la diferencia aquel que quiere que exista tal distinción. Ellos dejaron su vida, su familia, sus amigos, su gente, su TODO. Y tan solo por encontrar una vida mejor. ¿Y cuál es? ¿Ésta? ¿Un lugar en el que continuamente se sienten desplazados, discriminados y rehuidos?, ¿Un lugar en el que tan solo buscaban solución a sus problemas y en el que tan solo han encontrado más problemas ante sus equivocadas soluciones de venir a España?

Partiendo de Mamassa, Fátima y Fatu; sé que son niñas, pero me han tratado como si fuera de su familia. Como si me considerasen parte de ellos. Realmente, me siento parte de ellos. ¿Cuántos inmigrantes podrán decir que se sienten parte de nosotros? Pocos. Y por no decir ninguno. ¿Motivo? No se lo ponemos fácil. Tienen que poner de su parte, dicen algunos. Pero como todos supongo. Y si los anfitriones no reciben a sus invitados con buen talante, al final los primeros son los que terminarán perdiendo. Me recuerda a un cuento. Pero la vida es algo demasiado real.

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