Ella está enamorada hasta los huesos. Yo diría que él también. Pero, al contrario que una carrera donde todos los participantes se apresuran a encontrar la meta con impaciencia y descontrol, en su trayectoria particular los dos esperan que el otro dé el primer paso. Ella no puede. Él tampoco. Por distintas circunstancias. Pero esa especie de juego que los dos comparten parece haber llegado a un punto donde a gritos ella pide que deje de ser eso, un juego. Talvez él también lo piense, pero la única manera de gritar su secreto a voces es con el silencio.
Y es que muchas veces las cosas no son tan sencillas como nos las imaginamos. Detrás de la mirada de ella se esconde un torbellino de emociones y sentimientos que se resumirían en no más de cuatro letras: amor. Detrás de cada sonrisa, de cada gesto, de cada palabra, de cada juego de miradas que ella le dedica se esconde lo que su corazón no le permite expresar. Él seguramente no tiene ni idea de todo esto. Pero ella tampoco sabe nada de lo que hay dentro de él. Se miran, se sonríen, se compenetran bien, pero por las circunstancias en las que se encuentran, decirse las cosas callando es lo único que se pueden permitir.
Se ven a diario, y se hablan en ese lenguaje que tan sólo ellos dos conocen. Y mientras, los demás no somos más que espectadores que piden a gritos que la escena termine con el beso final. Ella lo quiere, lo desea, y lo daría todo por él. A mi parecer, él comparte sus sentimientos. De lo contrario, nada sería como está siendo. Y la situación no conllevaría tanto misterio. Así que, como toda buena novela de amor merece un buen final, el de esta historia no podría ser otro que aquell que sus protagonistas esperan.